A mi hermano Santiago Esteban Molini, extraordinario
interlocutor
a quien debo más que la inspiración para estas líneas,
de las que es prácticamente coautor.
Es como enamorado
de la música y de la literatura, pero también en tanto psicoanalista, que me
cautiva la potencia expresiva de muchas letras de tangos. Reclaman en mí una
escucha reflexiva; me invitan a una elaboración lúdica. Este texto es un
pequeño archipiélago de citas, un entramado de versos que se fueron convocando; cada enunciado evocó al siguiente con la libre determinación de la memoria que
hace cadena de sentido por el sendero del sonido.
“Dentro de mí
mismo me he perdido, ciego de llorar una ilusión… ¡soy una pregunta
empecinada!”[1],
escribe Enrique Santos Discépolo, y responde Cátulo Castillo: “Estás
desorientado y no sabés qué trole hay que tomar para seguir. Y en ese
desencuentro con la fe querés cruzar el mar y no podés”[2].
Escrituras que
tejen un decir certero, lúcido: la identidad como interrogante que insiste, el
extravío, la imposibilidad, el desencuentro con la fe. ¿Con qué fe? Quizás con
la fe que lo empecina en una lucha que es cruel y mucha, tras el camino que los
sueños prometieron a sus ansias[3].
La queja condensa
en el tango “Uno” todo el drama del deseo: los sueños (¿quién/qué son los
sueños?) prometieron “el” camino, que luego
uno busca lleno de esperanzas, con la fe que lo empecina. ¿Qué son esas
promesas, si no “promesas vanas de un amor que se escaparon en el viento”[4]?.
“Uno está tan solo en su dolor… uno está tan ciego en su penar…”[5].
Partimos de una
queja, de un clamor que es constatar esta contradicción, esta paradoja: las
ansias, el deseo, van tras lo que ya no está allí. La pregunta empecinada del “viajero que huye [y] tarde o temprano
detiene su andar” “guarda escondida una esperanza humilde que es toda la
fortuna de mi corazón”[6],
es decir, la fe que lo empecina, fe en una promesa que lo arrojó tras “el”
camino, “caminito que el tiempo ha borrado (…) la mano del tiempo tu huella
borró... una sombra ya pronto serás, una sombra lo mismo que yo”[7].
El yo es una
sombra, un espejismo, una ficción; el sujeto está sujetado a un sendero que insiste y se esconde, que no cesa de
escribirse y a la vez se revela inaprensible, que desorienta en su tenaz
resistencia de goteo inagotable, porque “como un destino del corazón (…) se
vuelve siempre al amor”[8], porque
se lo sueña, se lo busca, se le pertenece.
Siempre se vuelve, en tanto se recuerda y se repite. Reencuentro con lo
fundante que causa: “yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van
marcando mi retorno (…) y aunque no quise el regreso siempre se vuelve al
primer amor”[9].
Con la frente marchita, con miedo al encuentro de recuerdos que encadenan el soñar. Se hace imposible “querer
sin presentir”[10],
con “cicatrices que ya no cierran nunca porque llevan siempre trunca la
esperanza de curar”[11].
Si el deseo es un
yugo, si no se puede con él ni sin él, si las marcas lo enmarcan, lo encauzan y
lo relanzan cada vez, ¿cuál es la salida? “Amargo desencuentro, porque ves que
es al revés”[12]:
“si soy así, ¿qué voy a hacer?”[13].
“De nuestra
posición como sujeto somos siempre responsables”[14]. “Lacan
en los Escritos dice la única salida posible
es la entrada. La única salida es por la articulación del deseo”[15]:
“yo fui viajero del dolor y en mi andar de soñador comprendí mi mal de vida”[16]. Para
el psicoanálisis es en la interrogación ante la repetición inevitable, ante las
ineludibles huellas, que se puede encontrar un margen de libertad. “El
descubrimiento freudiano del inconsciente es lo nuevo en lo mismo. Un análisis no es tanto encontrar una
respuesta como desarrollar las preguntas”[17], lo
que produce como saldo la construcción de un saber hacer allí, siempre contingente e incompleto. Un saber en
acto, en tanto “actuar es arrancarle a la angustia su certeza”[18].
Porque ante “la
verdad, que es restregarse con arena el paladar”[19],
la “garganta con arena” emociona al tango y lastima su pena si se reconoce en
ese “cantar, siempre cantar”[20]
que lo condena.
Ezequiel
Ignacio Molini
Septiembre
2018
[1] Tango “Canción desesperada”, de Enrique Santos Discépolo.
[2] Tango “Desencuentro”, música de Aníbal Troilo y letra de Cátulo
Castillo.
[3] Tango “Uno”, música de Mariano Mores y letra de Enrique Santos
Discépolo.
[4] Tango “Naranjo en flor”, música de Virgilio Expósito y letra de Homero Expósito.
[5] Tango “Uno”, música de Mariano Mores y letra de Enrique Santos
Discépolo.
[8] Tango “Vuelvo al Sur”, música de Astor Piazzolla y letra de Fernando
Pino Solanas.
[9] Tango “Volver”, música de Carlos Gardel y letra de Alfredo Le Pera.
[14] Lacan, Jacques; “La ciencia y la
verdad”, en Escritos 1, Editorial S.XXI.
[15] Casajús Rafael; “Del deseo”;
Editorial Letra Viva.
[16] Tango “La casita de mis viejos”, música de Juan Carlos Cobián y letra
de Enrique Cadícamo.
[17] Casajús Rafael; op.cit.
[18] Lacan, Jacques; “El Seminario,
Libro X, La angustia”; Editorial Paidós.
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