"Las convicciones son quizás enemigos más
peligrosos de la verdad que las mentiras". F. Nietzsche.
Días atrás volví
a ver "12 hombres en pugna", película de 1957 dirigida por Sidney
Lumet. Trata de un jurado que delibera sobre la culpabilidad de un joven de
dieciocho años, acusado del homicidio premeditado de su padre. Sólo la primera
y la última escena no transcurren en la habitación donde tiene lugar el debate;
el resto, prácticamente la película entera, es la discusión de estos
ciudadanos, quienes deben entregar un veredicto unánime: culpable o no
culpable. En caso de que sea lo primero, la condena es la pena de muerte.
A poco tiempo que
los doce hombres se disponen a la tarea, realizan una votación a mano alzada
que arroja como resultado 11 a 1: la inmensa mayoría está convencida de la
culpabilidad. Sólo el jurado número 8 -representado por Henry Fonda- vota por
no culpable.
Así entramos de
inmediato en un dramático intercambio de más de una hora, en el que se
argumenta a favor y en contra, se repasan las pruebas producidas durante el
juicio, se critica al sistema penal y la idoneidad de la defensa, etc., pero,
sobre todo, va quedando evidenciado cómo la historia y los preconceptos de cada
uno condicionan su percepción de la acusación y, por lo tanto, su voto. El
trasfondo, el meollo, es la posibilidad o no de acceso a la verdad de los
hechos, el grado de certeza alcanzable.
Me resultó
estimulante rescatar esta obra para pensar acerca del posicionamiento que logra
sostener el jurado "disidente": el lugar de la "duda
razonable". Obligados a decidir en un asunto de vida o muerte, dicho
personaje se ubica con escepticismo ante la información recibida, propone su
análisis, su crítica, y reclama tiempo para no arribar a una conclusión
apresurada.
El término
"escepticismo" proviene del griego "sképsis", que significa
investigación, duda, indagación. En la película, el caso estaba virtualmente cerrado,
la carga de testigos y pruebas materiales contra el acusado era en apariencia
abrumadora. Y sólo uno de los doce pudo tomar distancia de ese relato, ponerlo
entre paréntesis."Parentetización de la realidad", de los hechos en
tanto ellos no son idénticos a su enunciado, que remite a la actitud
conceptualizada por Husserl bajo el término "epojé", que significa
"suspender". Se trata de una puesta en suspensión de lo que se tenga
por válido, por naturalmente evidente, en tanto prejuicio.
Durante el
transcurso de la película se va viendo cada vez más claro cómo la seguridad de
quienes votaban por culpable echaba sus raíces más en sus prejuicios que en lo
concluyente de la presentación del caso. En tal sentido, es significativo notar
que los jurados no son llamados por su nombre sino por el número asignado; un
anonimato que por un lado asegura su representatividad de la sociedad y por el
otro pareciera anular sus singularidades. Y si inicialmente el "sentido
común" encarrilaba las cosas hacia un veredicto rápido, cuando se permiten
hacer uso de la palabra y se despliega el juego intersubjetivo poniendo el
cuerpo (llegan a dramatizar y reconstruir escenas y puntos de vista) lo
inmediatamente cierto se resquebraja para dar lugar a la producción colectiva
de una respuesta responsable.
“La historia es
una verdad que tiene como propiedad que el sujeto que la asume depende de ella
en su constitución misma de sujeto, y esa historia depende también del sujeto
mismo, pues él la piensa y la repiensa a su manera”[1]. Es decir, la
historia –los hechos- como constitutiva de la verdad del sujeto a la par que
dependiente de él en tanto la asuma y elabore. En tiempos de bombardeo de
información, de viralización de imágenes, noticias y denuncias, de intercambios
"agrietados" o imposibles, bien viene procurarse el espacio para rescatar
el valor de la duda razonable, cultivar una actitud crítica que interrogue la
reproducción automática de discursos, e interpele y desnude los presupuestos del
sentido común, de lo que parece obvio y establecido.
Ezequiel
Ignacio Molini
Noviembre
2018